Cada uno es llamado a hacer algo en su vida. Si una persona decide ponerse al servicio de una causa más importante que sus solas preferencias personales, se dice que responde a una vocación.
La vocación es una cierta manera de vivir la vida, comprenderla y ordenarla como un servicio. Pero la llamada- origen de la vocación- no emana de la persona. Esta sólo puede recibirla y aceptarla libremente.
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La vocación es ser llamado, ser llamado por y ser llamado para. Esto requiere una escucha, una respuesta.
Para los cristianos, la llamada viene de Dios, de la Palabra de Cristo que invita a seguirle ya ser testigos en el mundo y en la historia. Todo cristiano- por su bautismo- está llamado a hacer de su vida una respuesta y un servicio.
La vocación cristiana es una orientación profunda de su vida y que el creyente descubre como un don de Dios y una llamada de la Iglesia, dice Monseñor Henri Teissier, arzobispo de Alger.
Las maneras de servir son múltiples según los tiempos y los lugares y la formas de llevarla a cabo.
Cualquiera que sea nuestra vocación, somos llamados a la santidad, a participar en la plenitud del amor de Dios, a amar y a se feliz y hacer felices a los demás.
La santidad es una llamada universal dirigida por Dios a todos los bautizados. Esta vocación se recibe en el seno de un pueblo, llamado también por Dio en el transcurso de la historia. La santidad es una gracia ya dada que es preciso hacer fructificar con todos los esfuerzos que hacemos para engrandecerla con la fe y la caridad.
Entre los cristianos, algunos son llamados a consagrar su vida con un don total a Dios y al servicio de una misión como sacerdote, diácono, religioso o religiosa, laico consagrado... Es lo que se llama también vocaciones específica o vocaciones particulares.
En la Iglesia católica, el Servicio de las Vocaciones tiene por misión llamar a cada uno a que su vida se convierta en respuesta específica a la llamada de Dios, a despertar, mantener y ayudar al discernimiento de las personas que se plantean la cuestión de una vocación particular (sacerdotes, diáconos, misioneros, religiosos, religiosas y laicos consagrados).
Toda llamada, a la vocación que sea, tiene como origen Dios y como fin la realización de la persona dentro de los marcos en los cuales se puede realizar mejor su afán de ser feliz y hacer felices a los demás.
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